miércoles, 1 de diciembre de 2010

Relativo al yo y la identidad

Cuando hablámos de las normas, veis que me fui más bien "al otro lado" del espejo: al de un régimen donde las normas no se consideren como algo establecido, sino flexibilizadamente, atendiendo más al "de qué se trata en definitiva" que a "qué han dicho que hay que hacer"; más a la inteligencia y la iniciativa que al respeto y el sometimiento.
Si hablamos de la identidad, quiero atender también a "otra cara" de la moneda:
Cuando se habla del derecho a la identidad (derechos del niño), o del "tener una identidad", se suele hacer alusión al nombre, a la nacionalidad, la familia, las aficiones, etc. Pero quiero que nos fijemos en que, si somos realmente algo, tal vez deberíamos atender a todo lo que no es nada de eso; a "algo" que queda cuando hemos descartado todo lo que conocemos de nosotros. (Recordad que en teología, frente a todo lo que se había dicho, escrito, o sabido, sobre Dios, estaba también la teología negativa : la que insistía en que, antes y después de todo, Dios era algo que, aunque pudiese llegar a sentirse como una realidad, estaba más allá de todo lo expresable.)
Una especie de ejercicio , que hago con los alumnos al principio de algunas clases, pretende recuperar para los niños un sentido del yo -en esta línea, un poco gestalt -, de la autoconciencia, la auto-consideración , la dignidad. Se podría titular "Cómo estoy":
Se quedan en silencio e inmovilidad, postura cómoda. Descartar risitas, tibieces y actitudes supuestamente irónicas. Nadie mira a nadie en concreto. Se sienten a sí mismos por dentro, cómo están; no en términos de "bien" o "mal" , sino de captarse, con la mayor precisión, concreción, posible. Olvidar las autoimágenes que traen de las experiencias recientes y "tocar" su estado real, aunque no sea verbalizable.
A continuación, el maestro dice que pueden pensar, si quieren, en cómo pondrían en palabras ese estado.
Después, se les indica que pueden levantar la mano los que estén dispuestos a decírnoslo.
El maestro va señalando, uno tras a otro -dejando un cierto tiempo entre uno y otro- a los que levantaron la mano. Y nos van diciendo cómo están.
Es importante (y hay que advertírselo primero) que nadie manifieste ningún tipo de reacción -sino sólo la escucha muda- a lo que se va diciendo. Pues, si se ríen, se puede caer en que el hablante busque deliberadamente "el comentario indicado" para hacer gracia a los demás: hablar sin inocencia, tramando la reacción del público... Uno debe saber que será, simplemente, escuchado.
Salen cosas interesantes (por ejemplo, estados contradictorios coexistiendo en una misma persona, malestares que presentíamos y que la persona nunca se había podido permitir el lujo de expresar, estados reiterados en una mayoría de los asistentes...); por supuesto, no deben sentirse censurados, por el maestro ni por los compañeros; pues ha de salir la verdad. (Con frecuencia sale que están aburridos, o con sueño.) Con el tiempo, esto genera un ambiente más auténtico en el grupo. No hay que decaer por el hecho de que "siempre salga lo mismo".

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